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Génesis de una nouvelle

 




Los nombres que se gritan : el origen de una historia 


Los nombres que se gritan surgió del encuentro entre unos pocos elementos que funcionaron como disparadores.

Al principio lo imaginé como un cuento: tenía claro el inicio y al personaje que lo atravesaría de principio a fin. Luego imaginé el final. Con el tiempo, al completar el tramo intermedio, la idea inicial se transformó y el cuento dio lugar a una nouvelle .

Desde antes de escribir la primera oración, el lugar de los hechos ya tenía un nombre.


Los Tarcos: un pueblo que envejeció solo 


Los Tarcos es un paraje imaginario ubicado cerca de una formación de cerros. Está flanqueado por un río amplio que corre tranquilo, y una estación de tren abandonada se erige como su portal de entrada. Unas vías, que aparecen y desaparecen al costado de la ruta, son el testimonio apagado —junto con esa estación— de una época más rutilante.

Persiguió un destino de ciudad, pero la incesante partida de sus jóvenes lo defraudó. Los Tarcos envejeció como pueblo: diminuto y solo. Tan diminuto que puede cruzarse en unos cuantos pasos, y solo la capilla que lo separa del monte lo hace visible desde lejos.

En sus veredas se imponen los árboles que le dieron nombre. El viento que mueve sus copas también abre y cierra las puertas y ventanas de las casas. Nadie las habita y casi nadie las recuerda.

Por sus calles camina una pareja de andar lento y mirada cansada. El luto de sus prendas contrasta con una piel blanca y rugosa. Caminan tomados del brazo desde que se conocieron, hace sesenta años. No importa cómo se llaman: son la memoria de ese pueblo. En ellos pervive, débil, la historia de Los Tarcos. Una historia donde armonizan las costumbres, la devoción y los secretos más inquietantes.

Los Tarcos es un pueblo imaginario, pero no imposible. Podría ser cualquier pueblo del interior, al borde del abandono y cubierto con un halo fantasmal.

Este fue el escenario donde visualicé Los nombres que se gritan : el espacio necesario que debe contener toda narración. Un lugar que exista, completo, en la mente del escritor, aun cuando en la historia aparezca apenas insinuado.

En la nouvelle se funden la religión y las creencias antiguas. Una mañana fría, Javier, joven residente de Los Tarcos, recibe al nuevo sacerdote de la localidad, que ha llegado con un propósito claro: integrarse cuanto antes a su nueva comunidad.

El padre Esteban trae entre sus pertenencias una carta escrita a mano por el antiguo sacerdote de la capilla . Un sacerdote suicida.

¿En esa carta estará la explicación de los suicidios que, de tanto en tanto, quiebran la tranquilidad del lugar?

Los nombres que se gritan avanza en espiral hacia un centro donde la lógica cede terreno a lo sobrenatural. Una historia de tensión creciente, con personajes que se consolidan y perduran en la memoria del lector.


Fuentes y leyendas 


Al comienzo mencioné que la nouvelle es el resultado de algunos elementos que actuaron como estímulo. En lo personal, creo en la necesidad de compartir el proceso de escritura: su génesis y concreción. Por eso, quiero contar cuáles fueron esas fuentes que me inspiraron.

Tenía diez u once años cuando, tras una larga excursión por un paraje cercano a mi casa, la descubrí: una vieja iglesia abandonada. El hallazgo detuvo mi marcha, y también la de quienes caminaban conmigo. No era una iglesia grande y tenía las puertas clausuradas, o al menos así lo recuerdo hoy.

Pensé que se podían abandonar las casas —por viejas o por mudanzas—, incluso los almacenes. Pero hasta ese momento no había pensado que también se podía abandonar una iglesia. Algo de su fachada y de su silencio me impresionó.

Alguien, cercano en geografía a esa vieja iglesia, me contó la leyenda que la rodeaba: los candados que la clausuraban tenían décadas, como si hubieran querido sellar una historia más que un espacio. Según aquel guía ocasional, el cura que había vivido y rezado allí se había quitado la vida, y una horca fue el método.

La razón que potencia la leyenda me sorprendió aún más: aparentemente, ese sacerdote había emprendido un viaje perturbador por la llamada magia negra. Un camino diferente al que le indicaba su religión. Lo que vio y experimentó fue demasiado para sus propias armas, y decidió suicidarse.

Esa historia, que escuché de niño y que permaneció latente durante años, se convirtió en una de las fuentes que inspiraron la nouvelle . Hoy está a punto de materializarse en un libro físico: el proceso de edición ya dio sus primeros pasos.





Según lugareños o extraños que la vieron, la luz mala es roja o blanca. Flota a baja altura y parece seguir al observador. Dicen que a la luz blanca no hay que temerle: basta con dedicarle una oración a esa alma que pena. Pero si la luz que detiene el camino del viajero es roja, lo mejor es que lo encuentre con un rosario y un cuchillo bendecido.

El noroeste argentino y sus leyendas… La luz mala es una de ellas, aunque cada región tiene su versión. La que relato es la que conozco, y tal vez sea ya mi propia versión. Esta leyenda sobrevoló mi cuaderno cuando escribí la nouvelle que pronto estará en preventa.

Junto con la historia del cura suicida, fueron las dos fuentes principales de inspiración. Cuando comencé a escribirla, lo hice atendiendo a una consigna: narrar una historia que, de algún modo, implicara esa leyenda, la tocara o la bordease, la hiciera visible o la dejara apenas sugerida.

La finalidad no era recrearla, sino permitir que la luz —esa misma que inquieta y guía— se convirtiera en un elemento central.

Está presente, con distintos significados, a lo largo del derrotero del protagonista.

La luz ilumina los márgenes donde la fe y el miedo se confunden.

Y tal vez ahí, en esa penumbra, comience toda historia.








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