Dos cuentos breves
Hugo Arce
La Cofradía del Silencio
Nos llamaban la Cofradía del Último Verano. O la Cofradía del Silencio. Este segundo nombre se lo debemos a un periodista de un medio local. En una ocasión, cuando el caso ya había sido cerrado, nos pidió una entrevista. Ninguno de nosotros aceptó , y no porque haya habido un acuerdo previo .Todos los integrantes del grupo nos negamos a hablar del tema . El mutismo fue el mecanismo personal que adoptamos para clausurar esa etapa de nuestras vidas . Afortunadamente para nosotros este periodista no insistió , aunque de tanto en tanto nos mencionaba en sus crónicas semanales . Murió poco tiempo después . Es curioso , pero cuando eso pasó , tuve sentimientos encontrados . Había muerto la persona que aún se preguntaba qué había pasado . La voz que a veces me despertaba y me dejaba sentado en la cama , a veces , con el deseo de responderle . Con ese periodista había muerto un posible confidente .
Éramos seis. Durante los cinco años que siguieron al verano de 2003, nos reuníamos en cuanto asomaban los primeros días de calor. Era como un impulso, una necesidad íntima, inexplicable, que nos hacía aplazar cualquier otro plan de vida. Un paréntesis obligatorio. Un rito que nacía de una amistad forjada en la secundaria , a partir de alegrías compartidas y un secreto sellado . Nuestras familias lo entendían así. Nadie preguntaba demasiado. Deben recordar lo positivo de esa época , nos decían .
Es curioso, pero durante ese tiempo jamás hablamos de lo que había ocurrido en los últimos días de enero de aquel año. Sin embargo, la verdadera razón que nos empujaba a vernos era esa: una necesidad muda, urgente, de vomitar lo que había sucedido. La apertura de válvulas para descomprimir . Es lo que pienso hoy cuando miró hacia atrás , pero mí determinación comenzó a suavizar todo . Es como si hubieran desaparecido de mi ánimo todo sentimiento acuciante . Conozco el final . Es irrevocable . Ya vi mí historia de principio a fin . ¿Nos habría aliviado hablar del tema ? No lo sé. Ya no importa.
Hablábamos de nuestras vidas, y también de la vida de otros, que de pronto se convertía en materia de nuestras conversaciones. Los hermanos de Juan se habían radicado en el exterior. Andrés Silva se había separado al poco tiempo de casarse . Yo, como siempre, no tenía nada para contar. Gustozzi estaba harto de su trabajo. Así, los días pasaban entre charlas sin importancia y silencios. Silencios que, muchas veces, se alargaban más que las palabras. Se extendían hasta que el sueño nos vencía.
Los insomnes eran castigados por el canto de los grillos y el reflejo de la luna sobre el lago. Fue uno de ellos , Ángel, quien aseguró haberla visto. Estaba vestida como lo estaba esa noche . El vestido ajustado al cuerpo y esa forma de moverse , decía Ángel sin dirigirse a nadie . "El alcohol puede tergiversarlo todo", dijimos. El alcohol, o un deseo muy profundo .
En el último verano que nos vimos, el silencio dominó por completo nuestra estadía. Caminábamos como extraviados, incapaces de encontrar una distracción que nos reuniera de nuevo. Las conversaciones banales habían perdido su eficacia. Durante las noches, yo me dedicaba a observar el lago, pálido bajo la luz de la luna. Creo que los demás hacían lo mismo. Su superficie calma nos quitaba el sueño. A algunos los perturban el ruido o las luces. A nosotros, nos perturbaban la calma y la noche.
Al año siguiente, no hubo reencuentro. Cada uno encontró la excusa perfecta para no volver. Cuando esos veranos se perdieron, empecé a pensar en lo que habíamos compartido. En esos veranos posteriores al verano que siempre estuvo entre nosotros.
Intenté mantener el contacto con los demás, pero poco a poco se fueron alejando. Algunos se excusaban de hablar conmigo. Otros simplemente desaparecieron. De algunos supe que habían emigrado. De otros, que habían muerto. A los primeros los imaginé ocupados todo el tiempo, inventando tareas para no pensar en nada. Pero… ¿y en las noches de verano? ¿Cómo hacían para no pensar en las noches de verano?
Por mi parte, ya he tomado una decisión. Volveré a la casa que colinda con ese hermoso y funesto lago. Alquilaré un bote y remaré hasta el centro, en la noche más oscura. Quiero verla. Porque muchos la vieron. No solo aquel compañero borracho y suicida.
La culpa ya no me permite seguir viviendo.
Quiero verla.
Quiero que me tome y me arrastre hasta las entrañas de ese lago, donde, una noche de verano, la dejamos morir ahogada.
Una Flor Extraña y Hermosa
El placero fue el primero en verla. La descubrió una mañana de domingo, cuando todo el pueblo dormía. Estaba al costado de la fuente de agua, y este hombre no pudo evitar la sorpresa. Era una flor extraña y hermosa y, a pesar de que esa plaza era como el patio de su casa, nunca la había visto antes. Estaba allí, como si hubiera germinado y crecido durante la noche, para abrirse a la primera claridad del día. Pero esto , al placero no le importó. Su primera reacción fue protegerla, y para ello, la cercó con una tela de alambre que encontró en su casa.
Ese domingo avanzó, y, a medida que lo hacía, se sumaban los curiosos que la miraban y quedaban prendados por la belleza y el color indefinido de esa flor. Solo días después, un vecino contaba, feliz, que en el patio de su casa había aparecido la misma flor. Y no solo una: eran tres plantas que derramaban esa flor hermosa y extraña. No fue necesario que su casa fuese invadida por vecinos curiosos, ávidos de contemplación y belleza, ya que la flor parecía multiplicarse por todo el pueblo.
Un señor que se jactaba de conocer sobre el universo de las flores aseguró que era una especie que se reproducía rápidamente y que, favorecida por la bondad de la tierra de ese pueblo, crecía en todas partes. La aparición de la flor en lugares donde casi no había tierra no representó ninguna contradicción a esta teoría. Por consiguiente, no hubo reparo ante la propuesta de usar la proliferación de esa flor hermosa y extraña con fines turísticos.
Pronto, el pueblo se vio atiborrado de turistas de fines de semana. Solo una persona, un viejo algo solitario que vivía no muy lejos de la plaza, se mantuvo ajeno al entusiasmo que embargaba a ese pueblo. Un pueblo que vivía con algarabía mientras esa flor desplegaba su belleza en los patios, los canteros, los bordes de las calles y las veredas. Estaba en todas partes.
Un domingo por la mañana, cuando se cumplían dos meses desde aquel domingo en que el placero descubrió la primera flor, ese viejo solitario se sentó en un banco de la plaza y cambió unas palabras con el placero sobre esa flor. Le contó que ya la había visto en otro pueblo. Como en este pueblo, la flor extraña y hermosa había aparecido un día de la nada y se había esparcido en cuestión de días. Al igual que aquí, parecía no necesitar tierra para crecer.
—¿Qué pasó con ese pueblo? —le preguntó el placero.
—Está desbordado de esta flor —le contó el viejo—. Solo hay flores —agregó después.
—¿Y la gente? —insistió el placero.
—¿La gente? —El viejo hizo silencio y, después, prosiguió—: Si uno se acerca a una de las flores y afina el oído, puede escuchar, en un murmullo lastimoso y lejano, un pedido de auxilio —respondió sin apartar la mirada de la flor.
El placero se marchó con una sonrisa incrédula e irónica dibujada en su rostro.
Hugo Arce
Acerca de mí
Soy un escritor en proceso. Siempre me voy a considerar un escritor que aún tiene un camino por recorrer . Un camino de lecturas y aprendizajes . Sin embargo, cuento con un puñado de escritos que me gustaría poner a consideración de una editorial. Para cumplir con este objetivo necesito disponer de recursos . Una de las formas en que estoy procurando hacerlo es a través de la aplicación Cafecito . ¿ Si deseas brindarme una ayuda, puedes hacerlo a través del siguiente enlace . Gracias .
https://cafecito.app/hugoescribe70



Comentarios
Publicar un comentario