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Fragmentos

 






Fragmentos


Pasaron algunos años, y en ese tiempo yo no volví a enamorarme, pero esto no significa que haya seguido pensando en ella. Su recuerdo se fue desvaneciendo con el correr de los años, y solo regresaba de tanto en tanto, como un sueño. Era ver su rostro, era ver un lugar y asociarlo con ella. Un martes la volví a ver. Ella caminaba por la misma vereda en que lo hacía yo, pero en sentido contrario. Es decir, en un punto del camino coincidimos nuevamente. Me vio, y me percaté de ello por una mueca que hizo, una mueca parecida a una sonrisa, aunque me cuesta desentrañar la esencia de esa sonrisa. Es probable que haya sido una sonrisa irónica. En cuanto a mí, lo que sentí al pasar al lado suyo fue una réplica algo vaga de lo que había sentido alguna vez por ella. Aquella emoción que hasta me debilitaba las piernas y me dejaba sin respuesta ante su presencia había cedido sin que yo me diera cuenta. El amor parece despedirse con la misma naturalidad con la que llega. Con los años la fui perdiendo, o la dejé ir. En mi corazón había aceptado que no había un destino en común. Nos habíamos cruzado una vez en la vida y cada uno le daría la forma que quisiera al recuerdo. En más de una ocasión he pensado en que una conversación distendida y franca sería el necesario capítulo que cerraría la historia que alguna vez insinuamos. Pero esto lo pienso yo, quizás para ella no soy más que una imagen falsa o difusa. Una vez un amigo, en esa edad en que empezamos a tomar distancia de las amistades de la infancia, me dijo que todos tenemos destinado a alguien. Una frase que, probablemente, no le pertenecía, pero creo que para él representaba un recurso para salir a afrontar una vida sentimental en ciernes. Creo que otros, como yo, nos resistimos o tardamos un poco más en desprendernos de nuestros juegos y hábitos infantiles y dar los primeros pasos en la adolescencia. ¿Todos tenemos destinado a alguien? ¿Necesariamente alguien nos espera? Creo que me incliné a pensar que para mí no hay nadie. La soledad como la única alternativa en la vida, y aceptando esta realidad, construir una vida con un sentido mínimo. Recién estuve leyendo 'La habitación cerrada' de Paul Auster, y en un pasaje, el narrador vincula, como algo inexorable, el oficio de escritor de un viejo amigo con su carácter retraído. Debo decir que la identificación fue casi inmediata. Mi interés por los libros y la escritura es también deudor de una naturaleza introvertida. Aunque la introversión, quizás llevada en los genes, no sea lo único que explique una vida que discurre en plazas, cines y cama sin la calidez de una compañía . ¿Pero cuál es mi verdadera relación con la soledad? Hay un sentimiento alternante. Hoy puedo pensarla y vivirla como algo que no debería ser. Un estado que no solo quebranta una convención social, sino como un desaire más esencial. Solo y carente, solo e incompleto. Cuando este sentimiento no prende y crece en mí, creo que lo que tengo es aquello que sostiene todo espíritu que no cede. Abrazar la vida y sus circunstancias. Abrazar la vida.


Aparecía en mis sueños, y por la arbitrariedad que tienen los sueños, ella podía estar al lado de alguien que yo había visto hacía muchos años, y de pronto, dos personas que en la realidad nunca habían coincidido estaban frente a mí en ese mundo fragmentado que son los sueños. Soledad cruzó la calle sin mirar hacia atrás. Tampoco tendría por qué hacerlo. Habían pasado algunos años desde la última vez en que yo la había seguido en la calle. Creo que fue un sábado, un sábado en la noche, y con el centro de la ciudad abarrotado de gente, lo cual facilitó que yo caminara muy cerca suyo sin que ella lo advirtiera  .Ahora la circunstancia se repetía. Una noche idéntica, como si fuese posible que hubiera dos momentos idénticos, separados por el tiempo. Un prodigio o un error del destino. La distancia que había entre ella y yo se podía medir en pasos que yo moderaba para no quedar en la misma línea que ella. La estaba mirando, sin que hubiera en mí ningún otro plan. Sabía que en un punto del camino ella tomaría distancia y yo, deliberadamente, quedaría rezagado y la perdería de nuevo, o eso es lo que yo sentiría sin que ella se diera por enterada. Perdería de nuevo ese mundo imaginario que yo había levantado sin preguntarle a ella si estaba de acuerdo con ello. Quizás yo también pertenezco al mundo imaginario de alguien. Es como tener otra vida donde alguien nos asigna un papel a cumplir.



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