El hombre del sobretodo
Como todos los viernes, Vildocita fue temprano al bar. Tenía la costumbre de llegar apenas abría. En cuanto el bar abría, él entraba y se dirigía a la mesa contigua a la vidriera. Se sentaba de tal manera que tuviera la mejor vista hacia afuera. Vildocita —su apodo derivaba de conjugar su apellido con la palabra cervecita— parecía un espectador de cine. Tomar una cerveza mientras miraba hacia la calle y a quienes la caminaban era su dicha; una modesta dicha que se procuraba trabajando en los diversos oficios que ejercía: un día podía ser albañil, y al siguiente, carpintero. Aunque en más de una ocasión se había jactado de que, de haber tenido constancia y fuerza de voluntad, habría sido un buen vendedor, como lo había sido su padre. Pero a poco de comenzar en esa profesión, desistía. No podía hacer nada contra el rechazo que le producía verse vestido como su padre, caminando como él, hablando como él.
Vildocita era conocido por todos, pero no era amigo de nadie. Siempre estaba solo. Aunque alguna vez había tenido una novia. Hasta dicen que era una buena chica. Pero lo dejó por un extranjero que había vivido un tiempo en el mismo barrio donde ellos vivían. Él aseguraba que la razón había sido ese bar y las noches enteras que pasaba ahí. Según él, nadie le había quitado una novia.
Era un viernes de invierno y, por lo tanto, un viernes de calles vacías. El frío induce al encierro. Para Vildocita, las noches de verano eran mejores. En la vereda del bar había un grupo de amigos que parecían conversar en una sola baldosa. Un poco más allá, una pareja también parecía estar parada sobre una sola baldosa. El apego de otros cuerpos quizás no sea lo mejor que pueda ver un solitario. O quizás sí. Quizás sea lo mejor que pueda ver un solitario siempre que esos cuerpos pegados le recuerden a alguien. A Vildocita se le dibujó una sonrisa esa noche. En la vereda opuesta al bar estaba parado un hombre, y una mujer se bajó presurosa de un taxi y entró al bar. Esa noche no parecía ofrecer nada más. Era una noche de invierno. La vida no pasaba por las calles; la vida estaba en esas casas que tenían las ventanas cerradas.
Vildocita pidió una cerveza, y cuando el mozo, que parecía ser nuevo en el lugar, se la trajo, tuvo que abrir la billetera para demostrarle que esa noche tenía con qué pagarla. Mientras se servía el primer vaso, detrás suyo comenzaron a ocuparse las mesas, y al cabo de algunos minutos, comenzaron a confundirse las charlas sobre fútbol, el frío y lo difícil que es vivir en un país como este. No pasó demasiado tiempo para que la pareja que estaba en la vereda y el grupo de amigos se marcharan. Solo quedó aquel hombre. Caminaba de un lugar a otro. Vestía un sobretodo, parecía inquieto, aunque podría haber sido su manera de mitigar el frío. El hombre fumaba. A pesar de la distancia, Vildocita distinguía la lumbre: ese punto rojo del cigarrillo y el tenue humo gris que flotaba cerca de él.
Avanzada la noche fría, Vildocita terminó su primera cerveza y, antes de pedir la segunda, hizo una larga pausa, ya que al mirar el reloj del bar comprobó que aún era temprano. Y así como acostumbraba a ser el primero en entrar al bar, también acostumbraba a ser el último en retirarse. Cuando el mozo le trajo la segunda cerveza, le aclaró que por esa noche ya no habría más. De modo que a esa segunda cerveza Vildocita la fue tomando midiendo los sorbos. Con una calle desolada, a no ser por ese hombre que aún seguía parado en la vereda de enfrente, Vildocita miró hacia el interior del bar: una mesa estaba ocupada por una familia, otra por un grupo de amigos, y en una tercera mesa, en el rincón más apartado, una pareja conversaba inclinando sus cuerpos y acercando sus rostros. La mujer era la misma que minutos antes había bajado del taxi. En un momento, ella miró hacia afuera por el cristal. Vildocita le sonrió. Cuando él miró hacia afuera, advirtió lo que podría haber llamado la atención de esa linda mujer. Lloviznaba.
A pesar de la llovizna que acentuaba el frío, aquel hombre seguía parado enfrente del bar. Caminaba unos pasos hacia el borde de la vereda y luego retrocedía para quedar confundido con la noche. Vildocita intentó reconocerlo, pero estaba lejos, y también estaba la noche. De lo contrario, hubiera sabido si ese hombre era de ese lugar. Él conocía a todos. Por un momento pensó en alguien. La misma forma de vestir, el mismo sobretodo y el mismo caminar nervioso, intranquilo, que no se aplacaba ni gastando paquetes completos de cigarrillos. Ese alguien ya había muerto hacía muchos años. Él estaba en ese bar cuando un amigo le contó que había muerto.
—Quizás vaya enseguida —le respondió Vildocita a ese amigo cuando este le preguntó si iría a verlo.
Dos horas después de que el bar abriera, la familia que ocupaba una de las mesas se retiró. Minutos más tarde lo hizo el grupo de amigos; uno de ellos, al pasar al lado de Vildocita, lo saludó tocándole el hombro. En el bar solo quedaba la pareja, y al retirarse ellos, también debería hacerlo él. ¿Iría a su casa? ¿A buscar otro bar? Para él no había diferencia. Miró el vaso de cerveza, miró hacia la calle y miró al hombre que aún estaba parado en esa vereda. Tenía las manos en los bolsillos del sobretodo y caminaba, caminaba de un lugar a otro.
Vildocita miró después hacia la mesa donde estaba la pareja, y lo hizo justo en el instante en que esa hermosa mujer recibía una caricia. Y ya no pudo dejar de mirarla más. La miró cuando se levantó de su silla y se despidió del hombre que la acompañaba, la miró cuando se encaminó hacia la salida del bar y la miró cuando ella pasó al lado suyo y le sonrió con amabilidad. Segundos después de mirarla cruzar el umbral de la puerta, dos detonaciones lo sacaron del ensueño. Intentó pararse, pero el embate de uno de los mozos lo devolvió a su silla.
Cuando logró salir, vio a uno de los mozos correr hacia una de las esquinas, al encargado del bar hablando por celular y al otro mozo tratando de contener la desesperación de ese hombre que minutos antes se había despedido de la linda mujer de sonrisa amable. Solo a unos pasos de la entrada al bar, la mujer yacía tirada de costado, y por debajo suyo crecía un charco de sangre y lluvia. Vildocita se acercó e intentó cubrirla con su campera, pero uno de los dos policías que habían llegado al lugar lo apartó y le pidió que se retirara. Él solo cedió unos pasos. Otro policía se dirigió a los curiosos que empezaban a agolparse cerca de la mujer y también del hombre que la lloraba. Preguntó si en el lugar había alguien que pudiera aportar algo. Vildocita, después de mirar hacia la vereda de enfrente, se abrió paso entre los curiosos y se presentó ante el policía por su nombre y apellido. Pero ese policía también le pidió que se retirara. De nuevo, solo cedió unos pasos.
Cuando llegó la ambulancia, les hizo señas para indicarles el lugar donde aún estaba la mujer tendida. Detrás de una cinta que servía de valla, observó cómo la cubrían para después, ya sin ninguna urgencia, subirla y llevarla en esa ambulancia donde también había subido el hombre que la había acariciado. Luego observó a la ambulancia doblar la esquina, y solo cuando el ulular cesó para él, miró hacia los costados, hacia la vereda de enfrente y hacia arriba. Solo quedaban unas pocas personas en el lugar, y seguía lloviznando.
Vildocita se retiró después de saludar al policía que hablaba con uno de los mozos del bar. Deambuló por algunas cuadras hasta encontrar un bar que aún estaba abierto. Tomó una silla y la acercó a una mesa donde unos trasnochados hablaban de lo ocurrido minutos antes en el otro bar. Él se presentó por su nombre y apellido y les contó que había estado en el otro bar. Les contó que siempre iba los viernes y que lo hacía desde que tenía dieciséis años. Les contó que estuvo a punto de pelear con uno de los mozos porque no le quiso vender más cerveza. Después de hacer un prolongado silencio, les habló de la mujer.
—Era linda, muy linda, y ¿saben algo, amigos? Ella, cuando pasó al lado mío, me sonrió.
Esto último lo dijo con una voz apagada, y cuando en torno suyo ya no había nadie que lo escuchara.
Salió de ese bar y comenzó a caminar. No podía olvidar lo que había pasado esa noche. ¿Cómo olvidar lo que había visto? El hombre del sobretodo, con un cigarrillo en su mano, oculto, siempre oculto. Caminando de un lugar a otro, nervioso. ¿Cómo olvidar a aquel hombre que siempre vestía un sobretodo, siempre fumaba y siempre caminaba nervioso? Si este hombre no hubiera vestido un sobretodo, no hubiera fumado y no hubiera caminado nervioso, ya lo habría olvidado, como había olvidado a la pareja que estaba en la vereda o al mozo que no le había querido vender cerveza. Pero él no podría olvidar jamás a un hombre que vestía un sobretodo .
Vildocita siguió caminando. El bar donde había ocurrido el incidente quedaba de paso hacia su casa. La calle estaba vacía y en la vereda del bar una mancha oscura empezaba a diluirse, a perderse, a mezclarse con el agua de lluvia que drenaba ya abundante por el cordón de la calle. Al frente, en la otra vereda, como si la noche recién comenzara, estaba parado el hombre del sobretodo. De nuevo estaba parado en el mismo lugar. De soslayo, Vildocita lo miró cuando se fue. Él esperó unos segundos, luego se encogió, metió las manos en los bolsillos de la campera y, con la mirada baja, lo siguió. Lo siguió guardando una distancia prudencial y tratando de no caerse. El hombre del sobretodo apuró el paso y Vildocita por poco lo perdió de vista. Se esforzó por caminar más rápido. La lluvia y las veredas mojadas conspiraban. El hombre del sobretodo caminó nueve o diez largas cuadras hasta llegar a una casa. Metió las manos en un bolsillo y sacó unas llaves. Unos segundos, en los que quizás los nervios le impidieron abrir esa puerta con naturalidad, fueron decisivos para que Vildocita se acercara. Se acercó lo suficiente como para que el hombre del sobretodo advirtiera su presencia y después advirtiera sus ojos: sus ojos cansados, somnolientos, enrojecidos, pero clavados en los suyos.
El hombre del sobretodo intentó abrir esa puerta, pero desistió. No podía. Estaba demasiado intranquilo para hacerlo. Con Vildocita casi a la par, forzando una voz firme, preguntó:
—¿Qué querés?
—¿Por qué la mataste?
—Andate de acá, borracho de mierda —le dijo con una voz algo entrecortada.
—¿Por qué la mataste?
—Yo no maté a nadie —le dijo el hombre del sobretodo a Vildocita, tomándolo del cuello. Sin soltarlo, lo llevó hasta el borde de la vereda y lo empujó.
—Yo te vi, yo vi todo —le dijo Vildocita desde el suelo.
El hombre del sobretodo volvió, y ya fuera de sí, le dio un puntapié en la cabeza. Cuando intentó repetir el golpe, Vildocita, como pudo, le agarró la pierna y lo hizo caer en el cordón de la calle. La lluvia drenaba. Con la cara contra el cordón y el agua, el hombre del sobretodo, algo conmocionado por el golpe, no pudo levantarse enseguida. Otros segundos decisivos. Vildocita se incorporó y se dejó caer sobre él.
El agua de lluvia drenaba abundantemente por el cordón de la calle y le entraba por la nariz y la boca al hombre del sobretodo. La fuerza de ambos fue cediendo, hasta que Vildocita quedó extenuado y el hombre del sobretodo inerte. Vildocita se incorporó, caminó hacia un árbol que estaba en una esquina y se apoyó en su tronco, deslizándose hasta quedar sentado.
Alguien detuvo la marcha de su auto, se bajó y miró a ese hombre tendido boca abajo. Volvió a su auto. Sacó su celular. Minutos más tarde la policía vallaba con una cinta el lugar. La gente se agolpaba. Nadie había visto nada. Vildocita se repuso, llegó hasta el lugar y, después de abrirse paso entre la gente, llegó hasta uno de los policías. Se presentó ante él por su nombre y apellido.
—Puedo explicar lo que pasó acá —le dijo.
Otro policía lo tomó del brazo y lo apartó varios metros.
—Es hora de que usted vaya a su casa —le dijo en un tono amable. Después, al mirar el aspecto que tenía, añadió:
—Cuídese de no caerse de nuevo.
Vildocita caminó hasta el mismo árbol, se apoyó en el tronco. Desde allí miró a la gente. Miró a la ambulancia llegar y partir. Dobló su cuerpo y, después, vomitó.
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En un principio, Cuentos y Cuadernos era solo un archivo personal al que llamé Escritura Creativa. Este archivo contenía un compilado de estrategias y consejos que me habían servido en mi propio proceso de aprendizaje y que aun me sirven . Con aproximadamente 15 páginas, su objetivo inicial era simplemente organizar en un solo lugar lo que tenía disperso por allí.
Sin embargo, después de algunas relecturas, comencé a darle los primeros retoques. Decidí acompañar cada estrategia con un ejemplo de mi autoría, lo que me permitió ver cómo se aplicaban en la práctica. A medida que avanzaba, el archivo comenzó a transformarse en algo más completo y estructurado.
En esta etapa, incluí un marco conceptual que me permitió darle una estructura más sólida al proyecto. Luego, agregué un cuento breve original, al que le siguieron otros. De este modo, surgía Cuentos y Cuadernos, un ebook que combina la teoría con la práctica, y que aspira a ser un taller donde se imparten estrategias al tiempo que se muestran los resultados. Un espacio personal de escritura que busca brindar una base y un estímulo para que se escriban otros Cuentos y Cuadernos.
Características
PDF - Formato A4
135 páginas -
Contiene imágenes y enlaces que dirigen a los cuentos que sirven como guía .
Lo que encontrarás….
Cuentos & Cuadernos se organiza en tres partes:
✔️ Un marco teórico básico que parte de la pregunta: ¿Se puede aprender a escribir? A partir de ahí, exploro temas como la importancia de la lectura, las fuentes de inspiración y otros aspectos fundamentales de la escritura creativa.
✔️ Estrategias de escritura diseñadas para desbloquear la creatividad y desarrollar destrezas narrativas. Aunque son herramientas conocidas, en este ebook las presento con ejemplos propios, lo que las hace más prácticas y cercanas.
✔️Siete cuentos originales y breves que se intercalan a lo largo del documento, mostrando los resultados de las estrategias propuestas.
🎥 Bonus cinéfilo: Un capítulo dedicado al cine como recurso didáctico. Incluye uno de los cuentos y, a través de prompts en plataformas de inteligencia artificial, exploro cómo podría adaptarse a la pantalla grande.
Forma de envío : whatsApp o correo electrónico
El valor del ebook es de $ 3000
Formas de pago: transferencia bancaria - Mercado pago
Disponible sólo en Argentina
✨Si lo deseas, puedo enviarte un extracto del ebook compuesto por el desarrollo del primer apartado y uno de los cuentos . Esto te permitirá tener una visión más amplia del enfoque que le dí, así como de su aspecto visual . ✨
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